viernes, 12 de agosto de 2016

El Personaje: Orestes Katorosz

Fue modelo, periodista,  actor, bombero y hasta dirigió la primera de All Boys. Llegó al fútbol de manera poco convencional e implementó una curiosa metodología de entrenamiento basada en terapias alternativas. Su máxima virtud fue su perspicacia para codearse con políticos, artistas y personalidades de Hollywood. Aquí la historia de un personaje tan singular como su nombre.

Pocos son los que lo recuerdan. Algún que otro futbolero de memoria prodigiosa o de raíces blancas y negras. Su paso por All Boys como DT fue tan efímero que no muchos asocien su nombre con una pelota de fútbol. Y quienes lo hagan no será seguramente por sus aportes a la táctica y la estrategia, sino por el personaje que circunda a Orestes Katorosz.
"Casi me levanto a Cindy Crawford" es una tanta de las frases en el haber de Orestes que lo pinta de cuerpo entero. El hombre de los mil empleos fue, entre tantas cosas, corresponsal de guerra, bombero, periodista, locutor, modelo y también director técnico. Pero para comenzar a entender la excentricidad de este personaje, comencemos explicando quién fue Kastorosz antes de su llegada a la dirección técnica de All Boys, allá por el 2000.
Orestes Kastorosz nunca jugó al fútbol de manera profesional.  Su escuálido currículum deportivo solo contaba con algunas participaciones en equipos amateurs y un puñado de pruebas en el Cosmos de Nueva York, en donde tuvo la suerte de compartir prácticas con Frank Beckenbauer. Ya retirado de las canchas, supo ser ayudante del cuerpo técnico de la selección de Australia en las Eliminatorias al Mundial de Estados Unidos 1994.
Su vida extradeportiva, en cambio, abarca un sinfín de anécdotas que lo convirtieron en un personaje singular. Fue periodista  y locutor en la Argentina y el exterior. Llevó a cabo el duro oficio de ser corresponsal en diferentes países de Latinoamérica en época de guerrillas. Fue productor en diferentes programas y hasta modelo publicitario de comerciales en América, Estados Unidos y Europa. En su rol actoral compartió elenco con Rodolfo Ranni, Adrián Suar, Carlos Calvo, Raúl Taibo, Mariano Martínez y Natalia Oreiro. Y como si eso no le alcanzara, Orestes quiso ponerle una pizca más de vertiginosidad a su vida y decidió, entre tras cosas, ser jardinero de famosos e incluso “internarse” en un cuartel de bomberos en Nueva York para experimentar bien de cerca la convivencia con el peligro.
La parte más jugosa del ex técnico de All Boys está en su sagacidad para perseguir artistas y famosos.  Así contaba en una nota publicada en Página 12, en el 2000, su encuentro con Frank Sinatra: “Lo encontré en un teatro y me puse a charlar. El tipo me dio pelota y se armó una conversación interesante. Hablamos más de media hora, nos fuimos del teatro y no sé adónde me quería llevar. Pero yo estaba con mi novia y no la podía dejar. Tuve que saludarlo, chau, chau, y nunca más”. El hombre que entrevistó a Clinton vestido de Cristóbal Colón y autodeclarado amigo de Borges también evocaba, en aquella entrevista, su affaire con Cindy Crawford: “Me presenté como el embajador argentino. Ahí le dije que estaba agradecido de que estuviese en el país y le pedí un beso en nombre del hombre argentino. Después la seguí, la invité a salir y le dejé mensajes en el contestador. Estuve cerca, pero no pude engancharla porque ya tenía un programa hecho”.


Su etapa como técnico de All Boys
Como pocas cosas en su vida, la llegada de Katorosz a la dirección técnica no se dio bajo los carriles normales. Con un currículum futbolero poco plausible para el puesto, un grupo económico vio el negocio más allá del desafío deportivo: desembolsó  40 mil pesos por mes (importante suma en ese entonces) y lo colocó en el conjunto de Floresta. Los inversores apelaron a su perfil alto y su extraña metodología de trabajo, que consistía, entre tantas cosas, en largas jornadas de meditación y alteración en los números de las camisetas para confundir a los rivales en las marcas. Se sabía que si los buenos resultados llegaban, los márgenes de ganancias serían exponenciales. Pero nada de eso ocurrió.
Luego de 8 partidos y de cosechar 12 puntos sobre 24, las duras peleas internas con su propio cuerpo técnico lo alejaron del puesto. Fiel a su estilo, Orestes se fue de la dirección técnica no sin antes disparar contra lo que hasta ese entonces había sido su grupo de trabajo: “Se me reveló mi gente: primero Sánchez -ayudante de campo-, ahora Viana – el preparador físico- me quiere serruchar el piso”.
De naturaleza excéntrica y espíritu aventurero, Orestes Kastorosz fue una de las tantas rarezas que guarda la historia del fútbol argentino en su haber.


martes, 5 de julio de 2016

El extranjero


En 1942 el escritor Albert Camus publicó “El Extranjero”, una novela que tiene como protagonista a un hombre que se encuentra alienado de sí mismo y de una realidad que lo rodea y que siente que no le corresponde. Si cualquier guionista de estos tiempos quisiera hacer una remake de esta obra, tendría material más que suficiente con el momento que le toca padecer una vez más a Lionel Messi con la celeste y blanca. 
Pasó una nueva final y la foto es la misma que la de hace un año en Santiago de Chile, hace dos, en el Maracaná, y la de hace nueve en Maracaibo. Leo cabizbajo, apesadumbrado, con lágrimas en los ojos, buscando alguna respuesta en lo más recóndito de su cabeza. Pero no. Las respuestas no llegan. Por lo menos no ahora. Seguirá sin entender por qué siendo el mejor del mundo no puede darse ese gusto: gambetear al estigma que le propicia la más pegajosa y férrea marca personal que cualquier otro rival le puede hacer jugando con la Selección.
La tristeza y la desazón resurgen en su interior porque siente que falló otra vez. Cree, equivocadamente, que les falló a los argentinos pero que principalmente le falló a Lionel Messi. Siente que la Selección no es para él. Su espejo, nuevamente, le devuelve la imagen de lo que no es. Messi se siente un extranjero en su propio cuerpo. 
Pero a Leo –sí, tengo el tupé de tutearlo aunque no lo conozca- le duele también ser un extranjero en su tierra. Ser insultado por parte de su pueblo. Ser rotulado increíblemente como miembro del club de “los cebollitas”. Le duelen las finales, los insultos, el desprestigio y las injusticias. Le duele el apremio que tienen que pasar sus familiares y allegados, después de cada final. 
Le encomendamos a Messi la injusta y pesada tarea de hacernos felices. De alejarnos, por un rato, de nuestras miserias. De ganar un título. Le exigimos cómo tiene que sentir la camiseta y hasta cómo tiene que cantar el himno. En parte porque seguimos viviendo de la nostalgia del pasado: tenemos aún la inmaculada imagen de Diego gambeteando ingleses y convirtiendo el mejor gol de la historia. Lo recordamos insultando a los italianos mientras chiflaban nuestro himno y le pedimos a Lionel que haga lo mismo. La sombra de Maradona está agazapada y aparece ante cada nueva frustración. No toleramos que Messi no sea Diego. Porque para la lógica argentina Maradona fue lo que hizo, y Messi es lo que no hizo. 
Nos olvidamos de lo que es. El mejor de todos hace casi diez años. Pero lo más importante es que lo hace con honestidad y humildad. Vivimos en una época de un mundo hiperglobalizado en donde las figuras del deporte mundial son más respetadas que los propios líderes políticos. Messi, sin quererlo, baja ese mensaje a los jóvenes. De esfuerzo, de amor a lo que se hace, pero sobretodo de humildad y perfil bajo. Entonces me dirá un detractor “a mí que mi importa como es afuera de la cancha, yo quiero que gane algo con la Selección”. Yo le respondo que eso está en cada uno. Para quien escribe importa y mucho. Porque hablamos de un personaje público que llega a millones de jóvenes. Que lo adoran en India, Australia, España o Corea. Que aglutina multitudes a donde va. No solo es un ejemplo por lo que hace en el terreno de juego sino fuera de él. Concibo personalmente que el deporte es un arma loable para sacar a los jóvenes de la calle y una herramienta noble para inculcarles valores. Y para eso, nada mejor que un referente (y encima argentino) que pregone muchos de esos valores. 
Propongo que cuando pongamos en tela de juicio su “argentinidad” nos acordáramos que él eligió jugar para el país que le negó pagarle el tratamiento para su enfermedad. Que le dijo que NO a la Selección de España, a pesar de tener a todos sus compañeros de Barcelona jugando allí. Que se perdió el nacimiento de su segundo hijo para jugar un AMISTOSO con la Argentina. Que ante la difícil situación que tuvo que vivir ante la Justicia española, él eligió hacer miles de kilómetros para jugar con la celeste y blanca un AMISTOSO frente a Honduras. 
Ayer pegó el portazo y ojalá sea solo una advertencia. Las derrotas, el bochornoso presente en AFA, las críticas despiadadas lo condujeron a esta decisión. Ahora será momento para la reflexión.
No propongo dar lecciones de moralidad ni soy quien para hacerlo. Cada uno disfruta a su manera al deportista que quiera. ¿A Messi se lo puede criticar? Claro que sí, pero sería saludable que sea en el marco de lo futbolístico y dejando de lado las arremetidas chauvinistas. Porque el diez se encarga de jugar al fútbol (y vaya si lo hace bien) y no de recuperar las Malvinas. 
Messi probablemente volverá porque ama a su Selección. Para ese entonces, querrá, más que nadie, lograr lo que tanto anhela, y de una vez por todas, dejar de sentirse un extranjero en su propio cuerpo.

jueves, 24 de marzo de 2016

Historias del horror

Antonio Piovoso fue el único futbolista de Primera División desaparecido por la última y más sangrienta dictadura militar. Fue arquero de Gimnasia de La Plata, donde jugó tres partidos aunque ninguno de ellos como titular. Compañero de Gatti, hoy a 40 años del golpe recordamos su singular historia que se manchó de horror así como la de otras 30 mil personas.


Antonio Piovoso junto al Loco Gatti en Gimnasia



El 6 de septiembre de 1977 un grupo de oficiales armados vestidos de civil irrumpieron en el estudio de arquitectura 2a&2i de las galerías Williams, ubicadas en la calle 8 en la ciudad de La Plata. Tomaron por sorpresa a los empleados y sin muchos preámbulos, y con una brutalidad característica de un estado represor, los agentes detuvieron al personal que se encontraba en las oficinas. Buscaban a Jorge Martina, un arquitecto militante del Partido Comunista. Pero el destino quiso que fuese Antonio Piovoso quien estuviese en el lugar y en el momento equivocado. El Tano, que no era más que un simple estudiante de arquitectura, fue víctima del atropello militar. Mientras le propinaban una feroz golpiza a Martina en el suelo, los uniformados le juraban a Piovoso: “A vos también te vamos a llevar por pelo largo”, según relató Moiranio, amigo y testigo del Tano en el Juicio. Y así fue. Desde aquel día no se supo nada más ni de él ni de Martina.
    Pero su historia ligada al fútbol arrancó mucho tiempo antes. Piovoso hizo todas las inferiores en Estudiantes de La Plata(en donde no pudo debutar) para luego cruzar de vereda y recaer en Gimnasia. Allí sería tercer arquero, suplente del Loco Gatti y de Daniel Guruciaga. Pero tan peculiar como efímera fue su carrera que solo disputó tres partidos en Primera y ninguno de ellos como titular. Su debut fue el 19 de abril de 1973 en la derrota del Lobo contra Argentinos Juniors en La Paternal, entrando a los 41 minutos por el lesionado Guruciaga. Así, como una especie de maldición, jugó dos partidos más contra All Boys y Rosario Central respectivamente (en ambos reemplazó a Gatti) en los cuales también su equipo se vio derrotado. Para colmo, sus actuaciones, según reflejan las crónicas de la época, no fueron las mejores. Ese fue el principio del fin. El arquero no volvería a atajar en un partido de Primera División. Pero lejos de alejarse del fútbol, el Tano trató de reconstruirse jugando en la Liga del interior de Buenos Aires: Atlético Mones Cazón, Athletic de Azul y Nación de Mar del Plata fueron los equipos elegidos.

Un año antes de su desaparición, Piovoso decidió retirarse del fútbol para poder completar más raudamente sus estudios universitarios (estaba cursando quinto año en la Facultad de Arquitectura de La Plata). No obstante, sus sueños se desmoronaron aquel 6 de septiembre de 1977 en manos del grupo comando del ejército. Una historia que carece de notoriedad de la cual el fútbol no puede ni debe olvidar.