Te contamos los
secretos y las irregularidades cometidas en aquel
polémico caso de doping de Diego Maradona en el Mundial de Estados Unidos ‘94. ¿Por
qué la FIFA y la AFA actuaron, de manera encubierta, contra el 10? ¿Qué
intereses había detrás de eso? El papel de Julio Grondona en la decisión. Historias del suceso que acongojó a un país y del
qué, hasta el día de hoy, los argentinos seguimos recordando con despecho.
Es 25 de junio de 1994 y el pueblo argentino sale a las
calles a festejar porque la selección dirigida por Alfio Basile acaba de vencer
a Nigeria por 2 a
1, y de esa manera, sellar su pase a la segunda ronda del Mundial de Estados Unidos.
Con un Caniggia imparable, autor de dos goles- y un Maradona con un talento
inagotable, miles de argentinos desbordan de euforia y sueñan con llegar a la
tercera final del mundo en forma consecutiva. Ya con el partido terminado, y
los jugadores aun festejando en el campo de juego, aparece aquella tan
recordada joven vestida de enfermera, que no era tal sino una simple empleada
que trabajaba en eventos deportivos, para acompañar a Diego al control
antidoping. Allí lo espera la silla de ejecución. Las horas están contadas para
el 10.
La historia es conocida por todos: Diego dio positivo en el
control antidoping y un baldazo de agua gélida cayó por sobre las cabezas de
los millones de argentinos que soñaban con ver nuevamente al capitán levantar
la Copa del Mundo. El cimbronazo fue certero.
Días más tarde, todavía en el digerir de la cruda noticia, debía
hacerse, como corresponde, la contraprueba. Allí se sucedieron una serie de
irregularidades que permitieron abrir un abanico de especulaciones e hipótesis
variadas, que van desde la conspiración norteamericana contra un Diego a fin a
Cuba y a Fidel Castro, hasta un “ajuste de cuentas” del entonces presidente de
la FIFA Joao Havelange a su enemigo público, Diego Maradona.
La contraprueba se hizo en la Universidad de California, más
precisamente en el Laboratorio Paul Zibbern. Allí estaban Roberto Peidró (médico de la selección)
Daniel Bolotnicoff (abogado de Diego), Lennart Johansson (presidente de la
Unión de Federaciones de Fútbol Europeas) y el belga Michel D’Hooghe (presidente
de la comisión médica de la FIFA). También se encontraban los médicos que
estuvieron a cargo del primer análisis, el español Agustín Rodríguez Cano y el
chileno Antonio Losada, junto a un traductor.
Ya
desde el inicio de la cumbre algo no olía bien. Los médicos puestos por la FIFA
para el control ya sabían que aquella orina del frasco B del código FIFA 220 pertenecía
a Maradona, infringiendo el debido resguardo al anonimato. Además,
el recipiente ya estaba rotulado con las sustancias “efedrina” y
“pseudoefedrina”. Esto incumplía las leyes de antidoping del deporte que sostienen que la contraprueba debe realizarse con el método “doble ciego”, es
decir, sin saber a que deportista le pertenece la orina ni que sustancias están
en juego para evitar que haya algún
tipo de condicionamiento en las investigaciones posteriores. “Deciles que el procedimiento es
nulo porque está marcado y este frasco tiene que ser ciego, el control tiene
que hacerse bajo el procedimiento doble ciego”, le solicitaba Peidró al traductor,
en referencia a los métodos aplicados por los médicos de FIFA.
Luego de acaloradas y agitadas discusiones, hubo un cuarto
intermedio de escasas tres horas para poder ponerse de acuerdo. Los miembros de
la FIFA, con Johansson a la cabeza, sostenían que la valoración hecha por el
médico argentino no tenía relevancia alguna y que era equivocada. “Llamalo ya a Grondona y contale
lo que pasó”, le decía, con tono enérgico, Peidró a Agricol de Bianchetti,
abogado de la AFA. “Tu teoría es brillante – replicó el abogado- pero ahora
viene todo lo político, ya no te metás”. “Si alguien tiene que ir a la hoguera,
es el imputado”, reafirmaba el letrado asesor de Grondona. La suerte del 10 estaba, nada más ni nada
menos, que en manos de Don Julio.
Julio
Grondona era presidente de la AFA, pero ante todo, era vice de la FIFA. No
podía oponerse a la entidad madre del fútbol, aun cuando los procedimientos
llevados a cabo fueran ilegítimos. “Cuando el poder manda, las leyes obedecen”,
parecía ser el lema. Grondona no permitiría un escándalo político que lo deje
mal parado dentro del seno FIFA , y por ello, desoyó lo que el médico de la
Selección le había sugerido. El mismo
Grondona, quien se había negado misteriosamente unos días antes del comienzo de
la competición a que se realice el control antidoping para “no distraer a los muchachos”, miraba con
cierta complicidad como se cometía tamaño atropello.

El
reclamo de Peidró y de Bolotnicoff, y el deseo de seguir viendo a Maradona con
la camiseta Argentina, se desvanecieron en cuestión de horas. La operación
salvataje quedó trunca. La AFA nunca presentó el descargo pidiendo la nulidad
del procedimiento y la FIFA dio por válido el mismo sin resolución alguna. La misma FIFA
que necesitó de Diego para promocionar aquel mundial de escasas figuras de
renombre, eliminando el control antidoping en el repechaje frente a Australia y
permitiendo de esa manera el “café veloz”, era la que cargaba con severa animosidad
contra el 10. El dopaje estuvo y Maradona
debía ser sancionado pero mediante de un procedimiento adecuado a las leyes del
deporte y con una legítima defensa: ninguna de esas garantías se le
concedieron.
Mientras
en Los Ángeles la mesa chica de la FIFA terminaba de cocinar la salida de Diego
del Mundial, a más de
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