miércoles, 8 de abril de 2015

Cuando a Diego le cortaron las piernas

Te contamos los secretos y las irregularidades cometidas en aquel polémico caso de doping de Diego Maradona en el Mundial de Estados Unidos ‘94. ¿Por qué la FIFA y la AFA actuaron, de manera encubierta, contra el 10? ¿Qué intereses había detrás de eso? El papel de Julio Grondona en la decisión. Historias del suceso que acongojó a un país y del qué, hasta el día de hoy, los argentinos seguimos recordando con despecho.




     Es 25 de junio de 1994 y el pueblo argentino sale a las calles a festejar porque la selección dirigida por Alfio Basile acaba de vencer a Nigeria por 2 a 1, y de esa manera, sellar su pase a la segunda ronda del Mundial de Estados Unidos. Con un Caniggia imparable, autor de dos goles- y un Maradona con un talento inagotable, miles de argentinos desbordan de euforia y sueñan con llegar a la tercera final del mundo en forma consecutiva. Ya con el partido terminado, y los jugadores aun festejando en el campo de juego, aparece aquella tan recordada joven vestida de enfermera, que no era tal sino una simple empleada que trabajaba en eventos deportivos, para acompañar a Diego al control antidoping. Allí lo espera la silla de ejecución. Las horas están contadas para el 10.
     La historia es conocida por todos: Diego dio positivo en el control antidoping y un baldazo de agua gélida cayó por sobre las cabezas de los millones de argentinos que soñaban con ver nuevamente al capitán levantar la Copa del Mundo. El cimbronazo fue certero.
Días más tarde, todavía en el digerir de la cruda noticia, debía hacerse, como corresponde, la contraprueba. Allí se sucedieron una serie de irregularidades que permitieron abrir un abanico de especulaciones e hipótesis variadas, que van desde la conspiración norteamericana contra un Diego a fin a Cuba y a Fidel Castro, hasta un “ajuste de cuentas” del entonces presidente de la FIFA Joao Havelange a su enemigo público, Diego Maradona.
    La contraprueba se hizo en la Universidad de California, más precisamente en el Laboratorio Paul Zibbern. Allí estaban Roberto Peidró (médico de la selección) Daniel Bolotnicoff (abogado de Diego), Lennart Johansson (presidente de la Unión de Federaciones de Fútbol Europeas) y el belga Michel D’Hooghe (presidente de la comisión médica de la FIFA). También se encontraban los médicos que estuvieron a cargo del primer análisis, el español Agustín Rodríguez Cano y el chileno Antonio Losada, junto a un traductor.
     Ya desde el inicio de la cumbre algo no olía bien. Los médicos puestos por la FIFA para el control ya sabían que aquella orina del frasco B del código FIFA 220 pertenecía a Maradona, infringiendo el debido resguardo al anonimato. Además, el recipiente ya estaba rotulado con las sustancias “efedrina” y “pseudoefedrina”. Esto incumplía las leyes de antidoping del deporte que sostienen que la contraprueba debe realizarse con el método “doble ciego”, es decir, sin saber a que deportista le pertenece la orina ni que sustancias están en juego para evitar que haya algún tipo de condicionamiento en las investigaciones posteriores. “Deciles que el procedimiento es nulo porque está marcado y este frasco tiene que ser ciego, el control tiene que hacerse bajo el procedimiento doble ciego”, le solicitaba Peidró al traductor, en referencia a los métodos aplicados por los médicos de FIFA.
      Luego de acaloradas y agitadas discusiones, hubo un cuarto intermedio de escasas tres horas para poder ponerse de acuerdo. Los miembros de la FIFA, con Johansson a la cabeza, sostenían que la valoración hecha por el médico argentino no tenía relevancia alguna y que era equivocada. “Llamalo ya a Grondona y contale lo que pasó”, le decía, con tono enérgico, Peidró a Agricol de Bianchetti, abogado de la AFA. “Tu teoría es brillante – replicó el abogado- pero ahora viene todo lo político, ya no te metás”. “Si alguien tiene que ir a la hoguera, es el imputado”, reafirmaba el letrado asesor de Grondona.  La suerte del 10 estaba, nada más ni nada menos, que en manos de Don Julio.
Julio Grondona era presidente de la AFA, pero ante todo, era vice de la FIFA. No podía oponerse a la entidad madre del fútbol, aun cuando los procedimientos llevados a cabo fueran ilegítimos. “Cuando el poder manda, las leyes obedecen”, parecía ser el lema. Grondona no permitiría un escándalo político que lo deje mal parado dentro del seno FIFA , y por ello, desoyó lo que el médico de la Selección le había sugerido. El mismo Grondona, quien se había negado misteriosamente unos días antes del comienzo de la competición a que se realice el control antidoping para  “no distraer a los muchachos”, miraba con cierta complicidad como se cometía tamaño atropello.
   Al mismo tiempo Daniel Bolotnicoff trabajaba a destajo en la defensa del jugador. Para eso, debía haber una sanción firme para poder presentar un recurso de amparo y elevar el descargo a la Justicia ordinaria de los Estados Unidos. Sin embargo, nada de eso sucedió: la AFA  solo separó, por pedido de la FIFA, a Diego del plantel, aduciendo que si no lo hacía, la reprimenda contra la Selección sería aun peor, con quita de puntos o hasta descalificación del Mundial. Claro está eso nunca ocurriría: no había antecedente de ello en casos anteriores de doping, porque para que un equipo sea descalificado debería haber dado positivo los dos jugadores que fueron al control. Era una clara excusa montada por la AFA para obedecer al pedido de FIFA y que exterminaba cualquier tipo de estrategia de defensa del jugador.
    El reclamo de Peidró y de Bolotnicoff, y el deseo de seguir viendo a Maradona con la camiseta Argentina, se desvanecieron en cuestión de horas. La operación salvataje quedó trunca. La AFA nunca presentó el descargo pidiendo la nulidad del procedimiento y la FIFA dio por válido el mismo sin resolución alguna. La misma FIFA que necesitó de Diego para promocionar aquel mundial de escasas figuras de renombre, eliminando el control antidoping en el repechaje frente a Australia y permitiendo de esa manera el “café veloz”, era la que cargaba con severa animosidad contra el 10.  El dopaje estuvo y Maradona debía ser sancionado pero mediante de un procedimiento adecuado a las leyes del deporte y con una legítima defensa: ninguna de esas garantías se le concedieron.
      Mientras en Los Ángeles la mesa chica de la FIFA terminaba de cocinar la salida de Diego del Mundial, a más de 2000 kilómetros, el capitán de la Selección lloraba encerrado en su habitación 714 del Sheraton de Dallas porque su última función con la Selección terminaba de la peor manera. Las cartas estaban echadas y su destino sentenciado.

viernes, 3 de abril de 2015

El Fútbol y la Guerra de Malvinas: El show debe continuar

     
     El viernes 2 de abril de 1982, las tropas argentinas desembarcaban en las Islas Malvinas y comenzaba la guerra que dejaría cientos de jóvenes muertos y otros tantos con nefastas secuelas. En paralelo, la AFA daba inicio ese mismo viernes por la noche a la novena fecha del Torneo Nacional que se abría con el partido entre Central Norte de Salta y Mariano Moreno de Junín. El encuentro, que se disputó en el estadio de Gimnasia y Tiro ante la presencia de 2.580 espectadores, terminó con victoria para los salteños por 1 a 0. El transcurrir de la fecha siguió, por ejemplo, con encuentros como Huracán-Boca en Parque de los Patricios, o River - Nueva Chicago. Por la Primera B, Lanús y San Lorenzo, buscaban el regreso a Primera.
     Los días pasaban y la pelota seguía rodando como si nada ocurriera. Mientras tanto, varios kilómetros al sur, los novatos solados argentinos luchaban en inferioridad de condiciones ante las expertas tropas inglesas. Los bombardeos eran cada vez más sangrientos. Eso sí, en todas las canchas del país se cantaba el himno nacional, que respondía a un siniestro mensaje patriótico, tan absurdo que solo se entiende en el contexto del delirio de un país bajo la dictadura.
     Aquel campeonato fue ganado por el recordado Ferro de Timoteo Griguol. Luego vendría el Mundial de España y la ilusión de todos los argentinos que anhelaban con ver a un joven Diego Maradona quedarse con la Copa del Mundo junto a la base de los jugadores campeones de 1978. Incluso, los mismos soldados que sentían caer las estrepitosas bombas a metros de su humanidad trataban de sintonizar en sus radios cada partido que el conjunto del Flaco Menotti disputaba. Así de loco, así de increíble: mientras oían las gambetas de Diego o gritaban los goles de Bertoni, sus vidas estaba en manos de la puntería de las tropas inglesas.
     
El fútbol, como suele ocurrir ante la barbarie ilimitada del poder, fue una herramienta de distracción social. Los desaparecidos, la falta de libertades, el descalabro económico y social, y las muertes a causa de la guerra, debían esconderse bajo la alfombra. Una junta militar debilitada, una AFA de Julio Grondona al servicio del poder, el silencio de los medios de comunicación y un sentimiento patriótico que reposaba en todas las canchas del país al grito de "el que no salta es un inglés", permitieron semejante desvarío. Aunque en aquella gélidas islas miles de jóvenes compatriotas murieran víctimas de una guerra absurda, el show del fútbol debía continuar.