miércoles, 1 de febrero de 2017

Cuando lo absurdo es la norma

Luego del Mundial de Sudáfrica 2010, el gobierno norcoreano expuso a un increíble castigo a sus jugadores por "defraudar la confianza del líder". Por aquellas latitudes el fútbol es rehén de las embestidas del poder.




Todo es paradójico en la República Popular Democrática de Corea o comúnmente conocida como Corea del Norte. Parte de su nombre oficial (“Democrática”) poco tiene que ver con la realidad de un país en donde más de 80 mil presos políticos sufren a diario inadmisibles atropellos en los campos de concentración. Las libertades políticas e individuales son concebidas como piezas del relato capitalista occidental que buscan socavar las altas esferas del poder político. La vida de los norcoreanos es manejada por un despotismo sustentado, en gran parte, por la formidable propaganda estatal. Lógicamente, su selección de fútbol no es ajena a una sociedad que habita en la opacidad, la beligerancia, y que hace del culto al líder, su forma de vida
El fútbol en Corea del Norte responde a las políticas de hermetismo que baja su el gobierno: todo es puertas adentro. Los clubes y la liga son patrimonios del estado. Los equipos norcoreanos no compiten en torneos internacionales y sus jugadores, salvo contadas excepciones, tienen prohibido abandonar su tierra para progresar deportivamente. Y si así lo hiciesen, el régimen los obliga a girar el 70 por ciento de su sueldo y les retiene documentación privada.

Mundial 2010


Uno de los momentos más inverosímiles se vivió hace 7 años. El conjunto nacional coreano, después de 44 años, logró clasificarse al Mundial de Sudáfrica aunque la performance en la copa no fue la mejor: perdió 1-2, 0-7 y 0-3 frente a Brasil, Portugal y Costa de Marfil, respectivamente. Sin embargo, como sucede muy a menudo, las autoridades de ese país le dieron un tinte político a un hecho estrictamente deportivo. El régimen del dictador Kim Jong-Il les propició un reto a sus jugadores por “defraudar la confianza del líder”, debido a que no cumplieron con la obligación de llegar a Cuartos de Final como en 1966.
“Los jugadores pagaron por el delito de traicionar la confianza del Querido Líder tras una deshonrosa participación en Sudáfrica”, fue el comunicado oficial. Así de claro. Así de absurdo.Los jugadores (o “pseudodelincuentes”, según la visión del régimen) fueron sometidos al escarnio público, luego de exponerlos en el Palacio de la Cultura Popular de Pyongyang (capital norcoreana) y permanecer de pie durante seis horas mientras eran abucheados por el público. El técnico, Kim Jong Hoon, fue quien se llevó la peor parte ya que además debió cumplir trabajos forzados. Los únicos que no debieron pagar tributo al líder fueron An Yong-hak  y Jong Tae-se. Este último es recordado por llorar en el partido inaugural mientras sonaba el himno de su país. Temiendo por su seguridad y para evitar cualquier tipo de humillación, estos jugadores volaron sin escalas de Sudáfrica a Japón, ya que ambos jugaban en equipos de la liga nipona.
Más allá de algún intento estéril de la FIFA impulsado por los organismos de Derechos Humanos para mejorar la situación de los jugadores norcoreanos, la realidad en el país es, desde hace años, inmutable. Sin lugar para desavenencias, lo acontecido en 2010 es solo el reflejo de una nación que vive en las sombras de la sumisión, y que hace de lo absurdo, la norma.

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